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Salmo 91

  • María Alejandra Núñez
  • 18 ago 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 18 ene 2021


El que habita al abrigo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso. Yo le digo al Señor : «Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío». Salmo 91:1-2 NVI





Me encantan las noches frescas en las que concilio el sueño arrullada por el sonido de la lluvia. Las noches lluviosas tienen un encanto especial, sin embargo, es totalmente distinto cuando el chaparrón me encuentra lejos de mi casa, sin un lugar donde resguardarme o donde pueda sentirme plenamente cómoda. Parte de la sensación tan agradable que trae una tarde lluviosa es el recordatorio de que tengo un lugar seguro en el cual cobijarme, un refugio al que pertenezco y donde puedo descansar, sin importar mi estado o mi apariencia.

El vivir bajo el abrigo del Altísimo implica llevar una vida bajo el gobierno de Dios. Podemos decirle a Dios en medio de la dificultad que confiamos en Él, cuando nuestras acciones demuestran dicha confianza en la obediencia diaria. Esa combinación de confianza y obediencia es lo que llamamos fe y sin ella es imposible agradar a Dios.


Esa obediencia diaria no tiene como propósito el caerle bien a Dios ni mucho menos. Ya el nos ama completamente, no hay nada que podamos hacer para que nos ame mas. De hecho necesitamos su ayuda para lograr vivir bajo la autoridad divina. La obediencia diaria es el fruto de una relación íntima con Jesús, en esa relación hallaremos ese hogar que tanto buscamos y nos mantenemos dentro de casa al obedecer sus mandamientos. La obediencia y la intimidad son inseparables, de allí nace nuestra verdadera relación con Cristo.


El obedecer diariamente a Dios en las cosas pequeñas puede llegar a ser realmente difícil. Es más sencillo hacer un gran esfuerzo en una sola ocasión que ir rindiendo nuestra vida a Cristo en las conversaciones informales, nuestra oficina o la manera de tratar a nuestra familia. Pero es allí en las pequeñas cosas que reconocemos la paternidad de Dios y podemos acudir a el en el momento de angustia gritando ¡auxilio!


Te invito a que leas el Salmo completo, habla más a profundidad de lo que encontramos al habitar bajo la sombra de nuestro Dios.


Por cierto, a éste hijo que le dijo a Dios «Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío». Su padre le responde:


«Yo lo libraré, porque él se acoge a mí; lo protegeré, porque reconoce mi nombre. Él me invocará, y yo le responderé; estaré con él en momentos de angustia; lo libraré y lo llenaré de honores.

Lo colmaré con muchos años de vida y le haré gozar de mi salvación».


- María Alejandra Núñez.


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